Este texto es un lugar más del proceso que hemos ido construyendo en torno a cuestionamientos y especulaciones sobre la constitución básica de la materia y la construcción de memoria (de un sujeto o de un objeto) como punto de partida. Hemos intentado ampliar las posibilidades del proyecto permeando la mirada desde el arte por cierta influencia interdisciplinar (por las ciencias), con el propósito de expandir nuestras reflexiones en distintas direcciones.
En el transcurso de nuestro planteamiento inicial fuimos entendiendo al ADN como un lugar común a nuestras inquietudes, un lugar donde se concentraba un gran potencial de información y pensamos el/un cuerpo como contenedor de esa información (aquí también entran los objetos, estos se pueden considerar como contenedores de su propia experiencia; experiencia entendía como información).
Definimos al ADN como un centro mínimo de información donde se manifiestan las formas y materialidades macroscópicas de algunos cuerpos (¿vivos?). Nos cuestionamos la posibilidad de crear variaciones en el ADN, y nos imaginamos esa materia con un potencial maleable, cambiante.
En este punto comenzamos a plantearnos los procesos mismos del ADN para la síntesis de proteínas, que más adelante se pueden traducir en ciertas características fenotípicas. Este proceso lo lleva a cabo el ARN mensajero (ácido ribonucleico), quien de alguna manera “lee” y “traduce” la información que tiene el ADN.
Nos surgieron algunas preguntas como: ¿Podría ser el ADN interpretado de otra manera? (otro lector de ADN, otro ARN inventado), ¿Si cambiáramos al traductor, la configuración materica y visual (fenotipo) serian distintas?, ¿Cómo lograr variar el comportamiento de un ADN ya especificado?, ¿Cómo activar las zonas de información del ADN que una célula específica no usa?, ¿El traductor (del ADN) también está configurado por esa información que traduce?
Hablamos con la genetista Indiana Bustos, quien muy amablemente y de manera abierta se dispuso a oír nuestras inquietudes, logramos dilucidar ciertos conceptos erróneos que teníamos en relación a la configuración básica del ADN, su funcionamiento, comportamiento y características. Con respecto a las preguntas planteadas anteriormente nos dijo que aun no existía una respuesta concreta para ellas, pero no se negó a la posibilidad y dijo (tal vez en otras palabras): “todo lo que pueda pensar una persona es posible”.
De la charla con Indiana consideramos relevante la pregunta que surgió sobre el entorno y de qué manera el ADN no está definido desde su origen sino que también es enteramente vulnerable al medio. Sin embargo ante esta pregunta también es necesario pensar lo que entendemos como “entorno”. Cómo quizás hemos construido sus límites a partir de demarcaciones convencionales o que simplemente están explícitas en nuestras relaciones cotidianas.
El cuerpo en su totalidad, la piel como una membrana que delimita y que en apariencia define, ha creado también una distancia con aquello que contiene en su interior, aislándolo un poco al entenderlo como un todo. No obstante, es necesario volver a mirar aquello un poco intangible que no conocemos directamente, y pensar a partir de un juego de escalas donde todo lo que está contenido al interior de un cuerpo es también parte del entorno de un organismo más pequeño.
La percepción de este entorno del que nosotros mismo somos contenedores puede llegar a ser imperceptible desde la capacidad sensorial que conocemos, sin embargo es un medio que se modifica también a partir de aquello que alcanzamos a percibir. Un contacto permanente donde nada está aislado de nada, donde la afectación empieza a acotarse al tiempo de distintas maneras y nos obliga a prestar atención a momentos distintos al inmediato.
La propia manifestación física desde un contacto con el otro (entendido como sujeto u objeto) con el que mantenemos estrechas relaciones sensoriales, y tan solo en el momento mismo del roce surgen cuestionamientos a cerca de los límites entre uno y el otro. Si se piensa de manera cuántica, atómica y subatómicamente la noción del límite se vuelve más difusa.
Pensar en una intervención directa al ADN no como una intervención cotidiana de acuerdo a las manipulaciones matéricas que solemos realizar, donde hay una reacción directa entre la intención, las acciones realizadas y su transformación. Al contrario es una materia que aun no conocemos y debemos entender sus condiciones, igual que el entorno en el que se desarrolla y proponer modificaciones a otra escala.
Si bien esto refuerza algunos planteamientos a los que habíamos llegado respecto a la influencia que se tiene sobre el ADN, sabemos que el ADN se ve afectado por el medio, y entendimos que ese “entorno” se encuentra desde antes de la superficie misma del núcleo de la célula donde se encuentra. Todo el cuerpo es un entorno, toda sensación y emoción es un entorno.
El entorno no solo configura esta manifestación mínima de información sino que su manifestación a través de organismos de los cuales podemos apreciar a simple vista sus características físicas, dan cuenta también de su origen. Incluso la creación de objetos que luego de haber pasado por varios procesos de transformación, aun hablan desde sus características finales, de esa materia prima de donde proviene.
Como lo que planteábamos con el cubo de madera, que habiendo sido su forma contenida y forzada, pensábamos en la posibilidad de recuperar desde la condición última de esa nueva forma, la información mínima de la materia prima antes de sus múltiples transformaciones y rescatarla. La transformación de la materia a partir del recuerdo, de la memoria de su forma original.
domingo, 30 de mayo de 2010
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